La hiperpaternidad parece ser el mal de nuestro tiempo: padres helicóptero, madres helicóptero…, llevo un tiempo escuchando estas palabras y reconozco que al principio me hacían sonreír.
Mi vertiente friki me llevaba a verme a mi misma con el gorrocóptero de Doraemon revoloteando alrededor de mis peques, y a mi marido bajando de un helicóptero tipo el Trueno azul (¿os acordáis?), al estilo cutre de Rajoy, para acudir a su rescate ante cualquier pequeño traspiés infantil.
Bromas aparte, salió la vena sociológica que aún me queda y me llevó a transitar de la observación participante (uséase una misma en el parque mirando a otras ma-padres mientras revolotea a su vez) al grupo de discusión (café-tertulia-vamos-a-hablar-de-esto-asacopaco), pasando por la consulta de fuentes secundarias (bicheo internaútico somero, para qué vamos a mentir).
¿Resultado de la investigación?. Estamos fatal.
Los profesionales de la psicología y la pedagogía ya se habían percatado de esto, y vienen alertando sobre el tema. Incluso se ha acuñado el concepto de «hiperpaternidad» y otros con nombres mucho más divertidos, como el de madres tigre, padres cometa, padres mayordomo, padres apisonadora, padres bocadillo…
El tema da muuuuucho de si.
Resumiendo «por encimilla», parece ser que este mal de nuestro tiempo es propio de familias de clase media-alta; padres y madres posmodernos, preocupados hasta límites absurdos por la seguridad de sus hijos, y que depositan en ellos unas expectativas altísimas y que trazan un cuidadoso plan para que sus vástagos alcancen el éxito (?).
Siempre con sentimiento de culpabilidad, siempre ansios@s y estresados, queremos evitar todas las dificultades, los reveses, los sufrimientos y los traumas de la vida a nuestros retoños.
Cuando comencé a leer pensaba que era una de esos fenómenos típicos de la sociedad americana, y que los medios de comunicación, ávidos de noticias y términos atractivos, sencillamente habían exportado el problema a nuestra sociedad, mucho más sana.
Pero no.
Basta con mirar a nuestro aldedor, para darse cuenta de que es algo muy real: padres porteadores que cargan con las mochilas de sus peques al salir del cole, madres que persiguen a sus niños con el bocadillo en la mano por el parque, otros que hablan en plural («tenemos un examen»; éstos me producen un repelús especial)…
Para ser honestas, basta con mirarme a mi misma a veces.
Soy pelín miedica, y veo peligros (la verdad es que por el momento casi siempre físicos) por todas partes; Me equilibra el padre de las criaturas, que tiene claro que se tienen que caer, y hacerse daño, para aprender a evitar el peligro y ser cuidadosas, y sobre todo, me insiste en que no puedo sobreprotegerlas hasta el extremo de hacerlas dudar de sus capacidades.
Así que ahora sigo en actitud vigilante, pero a más distancia, no salgo corriendo con el gorrocóptero a no ser que la cosa se ponga fea, me clavo las uñas en la palma de la mano y ahogo algún suspirillo o sonrío en plan Pantoja cuando la escena se torna demasiado peligrosa para mi.
Confío en el Catapum y la Cristalmina (aunque añoro la mercromina de toda la vida), y hasta en los angelitos de la guarda. Y trato de relajarme un poco.
Menos mal que no soy la única, y leo que mi querida Mamá Corchea transita por caminos similares…
Como terapia para quien se vea identificada/o propongo una lectura que me está gustando: «50 cosas peligrosas que deberías dejar hacer a tus hijos».
Un polémico título publicado en España por ese lujo de editorial que es Litera Libros y que ha cosechado críticas como éstas:
«Una crítica al mundo de las tijeras de punta roma, a los parques insípidos con juguetes de plástico y a la ansiedad perpetua de los padres».Lawrence Downes, New York Times.
«Tulley es muy convincente al afirmar que lo único que se interpone entre mis hijos y el objetivo de ser totalmente competentes es mi miedo. Esta noche se van a pegar los dedos con Superglue».Ayelet Waldman, autora de la serie Mommy-Track Mysteries.
O este video fantástico de una blogger que he descubierto hace poquito, Nuria, de Sparks and Rockets, «Cuando llegue el tsunami».
Incluso puedes volver a ver «Buscando a Nemo» u «Hotel Transilvania».
Sin embargo, creo que este miedo «físico» no es el más grave. Me parece relativamente normal, puro instinto, llevado a veces al extremo, pero instinto de supervivencia al fin y al cabo.
Lo que me preocupa es la otra sobreprotección, aquella que puede llevarnos a criar niños sin ninguna tolerancia a la frustración, aquella que no les permite equivocarse, vaya que se traumaticen, aquella que exige una tutoría ante el más mínimo incidente escolar, la que hace los deberes siempre con ellos, la que les lleva siempre la mochila, la que gestiona sus agendas…
En la vida, a veces, les van a venir mal dadas. Por mucho que nos duela imaginarlo, por mucho que deseemos evitarles cualquier tipo de sufrimiento, habrá ocasiones en las que se les torcerán las cosas. Como seguro que se te torcieron a ti en algún momento.
Es más, y voy a ser un poco cruel ahora, en la medida en que sean diferentes (no mejores ni peores, ojo, simplemente diferentes), de la mayoría de las personas que les rodean, las tortas serán mayores y más frecuentes.
Por eso creo que nuestra tarea es hacerl@s fuertes, seguros de si mismos, respetuosos con los demás, pero capaces de defender su opinión, su posición, su diferencia.
Y por supuesto, enseñarles resiliencia, la palabrita del millón. O lo que es lo mismo: la tolerancia a la frustación, la capacidad de sobreponerse a las adversidades, la capacidad de adaptación, de estirarse sin llegar a romperse.
Y no lo conseguiremos si no nos alejamos de esta paternidad neurótica, que en una generación nos ha llevado de considerar a los hijos poco más que «muebles» en una casa, a entronizarlos en un altar.
Los psicólogos recomiendan algo que llaman el «underparenting», que vendría a ser una sana desatención. Ejercer la paternidad y la maternidad de una forma un poquito menos intensa, no convertir a los niños en el centro de todo, siempre.
Por ejemplo, pasar de ese completísimo calendario de actividades extraescolares, de estimulación y ocio en el que muchos niños viven, a disfrutar de periodos amplios de juego no estructurado. Pasar del gorrocóptero a observar sin intervenir.
Pasar de planificar, a dejarnos llevar, a disfrutar más de la ma-paternidad y guiar suavemente a nuestros hij@s…